lunes, 27 de abril de 2015

I 02 RICHARD BELL Minero/Payaso


                                         Imagen: Foto del Autor en el Cementerio Británico

Pedro Romero de Terreros, Conde de Regla, obtiene en 1749 la concesión de las anegadas minas de Pachuca; al desaguarlas, queda descubierta la veta La Vizcaína, que lo llevó a ser sin duda, el hombre más rico de América, amasando hasta su muerte una enorme fortuna.

En 1824, en el México independiente, decae la actividad minera, el tercer conde de Regla concerta un contrato de arrendamiento, para trabajar las minas, fundándose en Londres la Compañía de los Caballeros Aventureros; que mecanizó la explotación y amplio la red de caminos que comunicaban las bocas de los tiros con las haciendas de beneficio, iniciando el arraigo de ciertas costumbres británicas en Real del Monte y Pachuca.

 El Mineral de Real del Monte, con su altura, el clima frío predominante y la facilidad que tiene para nublarse, resultó ser el lugar ideal para recibir a los Cornish, grupo étnico de origen celta que habitaba en la península de Cornalles, al suroeste de Inglaterra, que gozaban de la fama de ser considerados los mejores mineros del mundo, pues provienen del denominado “país del estaño”, principal fuente de abastecimiento para las civilizaciones del mediterráneo antiguo.

Los córnicos tardaron un año, para desde Veracruz, trasladar las mil quinientas toneladas de maquinaria que traían a cuestas; como toda cultura traían sus propias tradiciones, su religión metodista, sus costumbres gastronómicas, como el cornish pasty, que en sincretismo con la cultura mexicana dieron origen a los pastes.

Como es natural, al paso del tiempo, los mineros británicos y sus familias fueron falleciendo, por lo que habilitaron a finales del siglo XIX, un cementerio, que los mexicanos conocemos como el Panteón de los Ingleses de Real del Monte, el cual alberga a más de 600 córnicos enterrados con los mismos ritos que se acostumbraban en sus ciudades natales, Camborne y Redruth en Cornwall o Cornualles, un condado administrativo y ceremonial que ocupa gran parte de la península del mismo nombre, constituyendo el extremo suroccidental de Inglaterra.

Dicen que los ingleses que se encuentran fuera de su país, tienen la costumbre mortuoria de orientar sus tumbas en dirección a la Gran Bretaña. El Cementerio británico de Real del Monte, Hidalgo, conocido también como Panteón inglés es un sitio misterioso y lleno de nostalgia en el que todas las tumbas, según la tradición, están orientadas hacia la Gran Bretaña, excepto una, la de Richard Bell, quien ordenó que su lápida, "diera la espalda" a las de sus desdeñosos paisanos.  Así, hoy se puede ver que su tumba es la única que contradice el orden geométrico del cementerio (ver foto).

Según las interesantes explicaciones de los sepultureros del panteón, los guía de turistas, los folletos turísticos oficiales de Hidalgo y el conocimiento popular, que se ha diseminado por tradición oral, de generación a generación de los habitantes de Real del Monte, la persona que está enterrada con los pies dirigidos hacia el sur y la cabeza al norte, protestando por el desprecio de sus paisanos, es el gran payaso de fama mundial Richard Bell, aquel que en 1858 naciera en Deptford, Inglaterra, debutara a los dos años en Lyon, Francia y triunfara en todo el mundo, incluyendo el México porfiriano.

Durante años se creyó que el payaso había muerto en México y había sido enterrado en el Cementerio Inglés de Real del Monte, pues una lápida lleva su nombre, de hecho, es la única lápida que no está colocada mirando al noreste, hacia Inglaterra, como todas las demás. Se decía que esto era así porque el payaso había decidido llevarles a todos la contra.

No obstante, investigaciones recientes muy bien documentadas muestran que en realidad el payaso Richard Bell en 1911, luego que supo que los revolucionarios usaron los carros del ferrocarril que él ocupaba para su circo Bell, decidió regresar a Inglaterra, con escala en Nueva York en donde lo alcanzó la muerte, siendo enterrado en esa Ciudad. De manera que el Richard Bell que está enterrado en Real del Monte, parece ser un minero y no el legendario payaso, lo que, como es de esperarse, muchos se resisten a creer.

Richard Bell, el minero, según la inscripción de su lápida, nació en Middleton, Tresdale, Inglaterra, en 1812, cuarenta y seis años antes del nacimiento del gran clown, muriendo en 1875 a la edad de 63 años, lo que confirma que no son los restos del payaso más famoso del mundo los que se encuentran en la tumba número 55 al lado izquierdo del panteón, justo la que esta al pie mío en la foto de la portada en el Cementerio Británico de Real del Monte.

Si bien es cierto que Bell estuvo con sus hermanos, de visita en Pachuca, fue solo una vez con motivo de una gira artística en 1886, once años después de la muerte de su homónimo, no volviendo nunca jamás, contradiciendo con desencanto tan bella leyenda.

Para decepción de muchos, esa es solo una bella historia, no es más que un mito que gusta conocer a quienes visitamos el camposanto, que se encuentra en el exuberante bosque de oyameles y flores, sitio del panteón inglés, lleno de magia, misterio y originalidad.

Personalmente, a pesar de la evidencia, prefiero quedarme con la idea de que Richard Bell, el payaso, está en el Panteón Inglés, porque la historia merecería ser verdad.

sábado, 25 de abril de 2015

I 01 MAXIMILIANO/JUSTO ARMAS

Imagen: Collage de Tupila.com y nefmex.wordpress.com


Los datos duros de la historia señalan que Ferdinand Maximilian Joseph von Habsburg-Lothringen, nació el 6 de julio de 1832 en el Palacio de Schönbrunn, en Viena Austria, como archiduque de Austria y príncipe de Hungría y Bohemia; siendo fusilado en el Cerro de las Campanas, Querétaro, México por el gobierno republicano de Benito Juárez, el 19 de junio de 1867, a solo un mes de que cumpliera 35 años; no obstante las solicitudes de ministros europeos y a pesar de los ruegos de la princesa Agnes de Salm-Salm. Al morir ostentaba el alto título de Maximiliano I de México, Emperador del Segundo Imperio Mexicano.

Desde San Luis Potosí, sede provisional del gobierno juarista, el General Mariano Escobedo designó a los doctores Ignacio Rivadeneyra y Vicente Licea para practicar el embalsamamiento “en lugar seguro, bajo la vigilancia de la autoridad”, tardando nueve días en reportar como terminada esa operación. Todavía “hubo de retocarse” el cuerpo de Maximiliano, en la Ciudad de México, por el Doctor Ignacio Alvarado.

A petición del Canciller Austriaco, Conde de Beust, los mexicanos entregaron al Vicealmirante Tegetthoff los restos de Maximiliano, quien regresó como cadáver a Europa, irónicamente en la misma embarcación que lo había traído en 1864 a América, la fragata Novara; siendo enterrado en la Cripta Imperial (Kaisergruft) de la Iglesia de los Capuchinos, en Viena, el 18 de enero de 1868, siete meses después de su ajusticiamiento.

A 1300 kilómetros de distancia de la Ciudad de México, pero a varios días de acceso, según las vías y los medios de comunicación de la época, en la tranquila población de San Salvador, con sus 25000 habitantes, en una fecha imprecisa, finales del siglo XIX, aparece por sus calles empedradas, un enigmático personaje de origen austriaco, que causa asombro y no poca curiosidad; no pudiendo pasar inadvertido, por su aspecto francamente extranjero, su elegancia al vestir impecable y acicalado; y por añadidura, por andar siempre sin calzado, particularidad por la que sería siempre recordado, al grado que algunos se referían a el, como “el príncipe descalzo”.

Esa persona real era Justo Armas, eso no se cuestiona. El no nació en El Salvador, pero apareció ya en sus años medios, en algún tiempo del siglo XIX. La primera certeza de la estadía de Armas en El Salvador se sitúa en 1871, cuando participó donando dinero para las fiestas patronales de San Salvador, Durante sus primeros años en ese país, fue acogido por familias pudientes, especialmente por el vicepresidente Gregorio Arbizú, simpatizante de la monarquía y masón.

Don Justo, comerciante de origen desconocido, tenía maneras elegantes, hablaba un educado y fluido alemán, entre otros idiomas, y aparentaba tener un extenso conocimiento de las cortes y la alta sociedad europea; con esas virtudes fue capaz de establecer un servicio de banquetes de alto nivel, que incluía cubiertos y utensilios de primera clase. Además, fue conocido como una persona culta, dando clases de etiqueta y buenas maneras a las señoritas de mayor alcurnia.

Andaba sin zapatos para el resto de su vida, según sus palabras, para cumplir una promesa a la Virgen del Carmen, por haberlo ayudado a salir de un momento de peligro de muerte. Prometió además no revelar nunca su verdadera identidad, lo que labró con misterio la leyenda de que se trataba del Archiduque de Austria, Fernando Maximiliano, quien salvó la vida en un falso fusilamiento, gracias a que tanto él, como Benito Juárez pertenecían a la masonería y una ley importante de la masonería prohibe el asesinato de hermanos masones, lo que le obligó a salir de México y a guardar silencio sobre este tremendo secreto.

Está singular leyenda, que resuelve el doloroso dilema de Juárez entre cumplir con las razones de estado y no matar a un compañero masón, ha sido estudiada seriamente, principalmente por el investigador salvadoreño arquitecto Rolando Deneke Sol, quien sostiene que Justo Armas, era Maximiliano; explica que el origen del nombre, fue un edicto publicado por Benito Juárez, que menciona “El archiduque Fernando Maximiliano José de Austria fue hecho justo por las armas”.

Revela que el emperador se salvo del fusilamiento, ayudado por prominentes políticos de México, siendo la princesa de Salm Salm quien proyectó la fuga de Maximiliano; además se menciona, que al atenderse al Almirante Tegetthoff, quien llegó a reclamar el cadáver de Maximiliano en nombre de la familia, hubo tardanza en la entrega, y que en la capilla ardiente que retornó a Austria el 28 de noviembre de 1867, se colocó el cadáver de una persona que no era Maximiliano, al que le colocaron los ojos azules de cristal de una Santa Ursula. Cuando el ataúd fue abierto, su madre según se dice exclamó: "¡Este no es mi hijo!".

Justo Armas murió en 1936, después de vivir 66 años en San Salvador. De haber sido Maximiliano, a la edad de 104 años, lo que es altamente improbable, no obstante los exámenes cráneo-faciales y pruebas grafotécnicas que asocian a ambos personajes. Una entrevista a su nieta, de noventa años, abre el abanico de probabilidades, pues muestra un documento redactado por Sir Sydney Martin Stadler quien en los años sesenta disertó sobre la misteriosa identidad de Don Justo Armas, planteando sin demostrarlo, que Don Justo era realmente el misteriosamente desaparecido Archiduque Johann Salvador, lo cual no es posible, pues murió antes de 1936.

Juan Nepomuceno Salvador, hijo del príncipe Leopoldo II de Toscaza, se convirtió primero en “John Orth”, naufragando en su buque Santa Margarita en el cabo de Hornos, dándolo por muerto en 1890. Sobrevivió, viviendo en Uruguay, Argentina y Paraguay, afincándose posteriormente en la ciudad noruega de Kristiansand, donde en 1911 muere con el nombre de Hugo Köhler, un laborioso litógrafo.

Hay quien se atreve a proponer que su verdadera personalidad era la del Príncipe de la Corona el Archiduque Rodolfo de Austria, lo que es imposible, ya que Rodolfo murió en Mayerling, cerca de Viena, en 1889 junto a su joven amante la Baronesa María Vetsera. Ambas muertes fueron descritas como suicidios por su amor ilícito.

La posibilidad más verosímil es que Justo Armas no fuese ni Maximiliano, ni Juan Nepomuceno, ni Rodolfo.